Este ensayo lo escribí en 2006; es una memoria del Club Chufa y una revaloración del mismo como un grupo de performance. Contiene algunas anécdotas casi olvidadas de aquellos años situados en el albor de la Internet.
"Κρητες άει ψευσται... (Los cretenses siempre mienten)."
Epiménides, el cretense
Hoy desperté, como ha sucedido con frecuencia últimamente, a las tres de la tarde. Acostado, tomé mi
somnus liber: un cuaderno en el que anoto los sueños que tengo cada día con la ambición de algún día lograr las ventajas deíficas del sueño lúcido: Hoy apunté:
“Omar y yo caminamos por unos complejos apartamentos casi subterráneos. En ellos vi chicas jóvenes en algo que parecía una fiesta de graduación. Yo celebré la situación diciendo festivamente: Oooh, yeah...! Underelves!
Sin salirme de mis sábanas busco con los ojos cerrados la cajetilla de Camels entre la ropa sucia, los libros y las latas vacías (de soda). Me pongo el cigarrillo en la boca. La noche anterior coloqué en un sitio web de arte
una fotografía mía manipulada por computadora y la anuncié como una pintura al óleo.
He recibido comentarios favorabilísimos, y algunos me consideran un gran pintor. Por otro lado en algunos periódicos de Hermosillo, Sonora, México, anuncios clasificados ofrecen los servicios del detective privado y poeta Cruz Santiago. Yo me sonrío y me palpo la cruz de Santiago tatuada en la espalda.
En 1997 se puede decir que arrojé una moneda al aire para decidirme a estudiar Literatura y no Historia. Siempre me vi atraído a las decisiones atadas a los tigres de la ira y no por las correas tiradas por los caballos de la instrucción. La idea es de William Blake.
En 1998, por primera vez hubo una clase de composición en la cual semanalmente entregábamos un cuento, poema o fragmento de novela al profesor Jesús Antonio Villa, a quien vi morir de cáncer gradualmente: pocos días cerca de su muerte entré a su cubículo. Estaba delgadísimo y sereno, sentado en postura de loto en su oficina sin muebles, y me sonrió. De inmediato sacó de su abrigo una bolsa de plástico que contenía, al parecer, pasto. Comenzó a comérselo sin dejar de verme. Un semestre antes de nuestra clase con Villa el misterioso profesor alemán Völker S. Will nos dio, inocentemente, un fajo de copias del libro que habría de influir en mi vida más que cualquier otro:
Ubu Roi, de Alfred Jarry.
En mi cuarto apenas he podido abrir los ojos y me doy cuenta que no he comido en más de 20 horas, pero el cigarrillo me arruina el apetito. Una amiga me pregunta en un correo electrónico si el cuadro al óleo es realmente un cuadro al óleo. Quienes me conocen desconfían en mí. Le contesto con una evasiva: “Ya veo que desconfías de mi. El Club Chufa me ha dado esa reputación.”
Recuerdo cuando comencé a mostrarle mis fotomanipulaciones a mi madre. Desde entonces siempre que le enseño una foto —cualquier foto— me mira a los ojos y sin hablar me pregunta si lo que ve es real o no.
La fotomanipulación como arte está mal enfocada desde el principio. Los creadores de estas obras se desviven por creaciones fantásticas e inverosímiles. Yo prefiero tomar la foto de un enorme edificio y dejar este intacto, pero le borro la cabeza a uno de los minúsculos transeúntes que pasan por allí.
Cuando comencé a leer
Ubu Roi no podía creer que algo tan absurdo y cómico fuera tan viejo, anterior a las vanguardias, anterior al humor que yo había aprendido a amar en Monty Python y Saturday Night Live: en muchas formas era superior, porque era “culto y anticulto”, como diría Huidobro. En casa leí una escena de
Ubu Roi en que la madre Ubú, durante una cena importante, arroja sobre la mesa “una escoba innominable”. Los invitados del padre Ubú comen los palillos de esa escoba y caen muertos, envenenados. Yo estaba fascinado. Mi cerebro estaba listo para El Club Chufa.
Un año después, de pie en medio de la plaza del cuartel militar del vigésimo octavo batallón en Hermosillo, Sonora, esperaba que el coronel me llamara. Habían pedido un voluntario de entre los mil miembros del servicio militar para escribir un discurso para el día del ejército. Yo levanté mi mano y grité a todo pulmón que era escritor. Esperé tres horas bajo el sol al coronel. Valdría la pena.
Ya en casa tomé un autobús a la Universidad y me sumí en la biblioteca. Salí de allí con una traducción al español de un discurso de Hitler sobre el ejército alemán. El día del ejército, frente a los altos rangos militares, todos mis compañeros del servicio y un pomposo presidium civil leí el discurso maquillado de fascismo haciendo una variedad de gestos hitlerianos. Recibí una ola avasalladora de aplausos. El Club Chufa había hecho su primer
performance el 19 de febrero de 1998, y que me lleve el Diablo si sabía que había algo que se llama
performance.
Originalmente el Club se formó con las ambiciones de convertirse en una corriente literaria de vanguardias. Éramos más jóvenes y más estúpidos y creíamos que podíamos formar de la nada un
Sturm und Drang, un surrealismo, solo con nuestras voluntades. Faltarían muchos años de decepción y trabajo para convencernos de que lo que éramos en realidad, era un grupo creativo, para nada diferentes de un grupo de danza folclórica o de la casa de costureras de mi tía Mati.
Pero nosotros teníamos de nuestro lado el
Parergon de Kant, el halo de Walter Benjamin, el genio de Bloom. Éramos unos cabrones artistas.
Durante el semestre invernal de 1998 en la escuela de Letras de la Universidad de Sonora algunos alumnos nos tomamos bastante en serio la idea de escribir. Sabíamos ya que nuestra licenciatura no formaba escritores, sino maestros de literatura que se morirían de cáncer, pero todos habíamos entrado a estudiar allí con la idea ingenua de ser el siguiente Cervantes.
El muchacho más alto de la clase, un sujeto algo asiático, llamado Fugo, se acercó a mí. Nunca antes me había hablado: “Escribes muy bien”, me dijo. Yo, jovialmente, iba a agradecerle, pero añadió de inmediato “por eso vas a ser mi enemigo por siempre. Te voy a destruir”. Días más tarde fundamos El Club Chufa.
Cuando creamos el Club el 27 de noviembre de 1998 creamos también el termino “artira”, arte y mentira, un arte que miente deliberadamente por la simple satisfacción de mentir. Inventamos la idea del plagio como valor primordial Chufa e instauramos al absurdo como nuestro rey. La trinidad mentira - absurdo - plagio no nos ha dejado desde entonces. Ya son ocho años de ese desvergonzado satanismo: Fugo escribió “El duro”, un cuento de dos páginas que robaba la trama íntegra de la película
Road House (1989), protagonizada por Patrick Swayze. Yo publiqué en un periódico local un cuento con un epígrafe de casi quinientas palabras sacadas del
Teetetes de Platón. El cuento era más corto que el epígrafe, pero el nombre en los créditos eran míos. Sentía que yo había escrito el
Teetetes.
En 1999 nos hicimos un pequeño nombre patético como escritores de la región. Fuimos invitados a un “encuentro nacional de escritores” que se realiza anualmente en Hermosillo. Fugo, Luis Lope y yo fuimos a leer ante una audiencia pequeña y desinteresada. Hicimos nota principal en la sección cultural de dos periódicos como “jóvenes promesas sonorenses”. En ese momento nuestro enemigo tomó forma: lo regional, lo nacional, lo cálido y desértico, el trópico y lo tópico, lo costumbrista. No se parecía en nada a nuestra adorada, sexual, violenta, absurda vanguardia. Un año después en mi lectura en ese mismo evento (he sido invitado año con año) leí esto antes de mis poemas:
“No debemos quejarnos porque faltan espacios editoriales en Sonora. Está bien que no haya, porque nadie lee y además los sonorenses escribimos muy horrible y mereceríamos que nos metieran a todos en una licuadora gigante.”
La poca audacia en los actos de mis colegas Fugo Medina y Luis Lope (ellos la llamarían miedo al ridículo, cosa que según Lope no tengo) me orillaron a expandir el Club. En el año 2000 comencé la propaganda y el reclutamiento. Coseché a los primeros jóvenes Chufa en un curso de ciencia ficción preparado para el efecto por Fugo Medina.
Se acerca el fin de 2006 y han pasado tres meses desde que dejé el Club. Siempre he tenido mis proyectos, mis poemas, mis novelas, que no son “chufas”, que no son un engaño ni un
performance, sino literatura en el sentido más rancio del término.
Erasmo Donosso es ahora el responsable del Club y yo puedo sumirme en el retiro. Además, el Club Chufa me ha dejado una fama de mentiroso a los ojos de muchos. Mentiroso y peligroso y ahora tengo que pensar en que algún día tendré que buscar trabajo en Hermosillo y no quisiera que el caso Loperena saliera a relucir al momento de postularme para dar clases en una escuela.
El 29 de abril de 2004 una llamada de la periodista cultural
Liliana Chávez (en ese tiempo mi pareja) me despertó. Tuve que procesar varias veces sus palabras porque nunca pensé escucharla diciendo algo como lo que dijo. Una garra negra deslizándose en las rutas de mi cerebro me ha preparado para cuando me llamen por la muerte de un ser querido o cuando mi hijo me llame desde la cárcel pidiéndome que pague su fianza. Pero nada me preparó para una noticia tan absurda y deliciosa:
“Carlos, te están buscando por el suicidio de alguien”.
“¿Quién me está buscando?”
“Los periódicos y la policía.”
En 2001 el único evento de notarse fue la publicación del
TheClubChufaZine número cuatro. En una ceremonia con canapés y vino tinto presentamos tres publicaciones: una novela y un cómic míos y el
ChufaZine. Fue el último que hicimos: la edición fue la más cuidada y tenía más páginas e ilustraciones que los números anteriores, pero nos aseguramos de que siguiera pareciendo un fanzine hecho a mano. En 1999 Fugo y yo diseñamos el primer ChufaZine basados en
Existencia Zine, un fanzine punk subversivo que circulaba en la escuela de Letras de Hermosillo. La calidad de los primeros números era lamentable: eran fotocopias de diez hojas tamaño carta dobladas por la mitad, llenas de nuestros escritos impresos con una impresora de la vieja guardia y adornados de fotos recortadas y pegadas con lápiz adhesivo y dibujos.
Llevo meses sin contestarle sus mensajes a Fugo. Él quería hacer un nuevo
ChufaZine por los viejos tiempos. Yo me digo que los blogs han matado al fanzine. Ideas que me hubiera tomado días en preparar, ilustrar y distribuir en una revista manufacturada con mi tiempo, dinero y esfuerzo las puedo publicar y presentar de una manera inmejorable en la Internet, y la audiencia es mucho mayor. Solamente la semana pasada 327 personas leyeron
mi blog, mientras que el
ChufaZine raramente tuvo un tiraje de cien ejemplares.
En 2003, el año en que me fui de México, el Club comenzó a crecer. Correos electrónicos masivos a exalumnos, amigos y estudiantes de Literatura comenzaron a ser mi contacto con el país que extrañaba en mis primeros meses en el extranjero. Pronto el Club que se componía de una media docena creció hasta llegar a veinte o más miembros y entusiastas. Mis correos electrónicos en masa tenían un tono voluntariamente majestuoso, pomposo y exagerado. Mi inspiración eran los peligrosos cultos que tras sí habían construido Tyler Durden y Alex DeLarge en los filmes
Fight Club y
A Clockwork Orange, respectivamente.
En noviembre de 2003 recibí una llamada que me comunicaba el suicidio de una amiga mía. La navidad de ese año, todavía turbado por esa muerte envié un correo electrónico a amigos, chufas y familiares con una confesión de amor por los míos y una declaración del miedo a la desaparición y al olvido. Ese mensaje tuvo consecuencias que no había previsto: por ofuscación mía había confeccionado un texto tanto confesional como amoroso, tanto militante como invocativo. Era en verdad una variación íntima de mis típicas llamadas a batalla para el Club. Muchas personas se conmovieron y se unieron al Club desde entonces.
Las vacaciones invernales volví a Hermosillo y no dudé: había que revivir el Club, así que conseguí una cámara de vídeo y convoqué a reunión. Íbamos a filmar una película, un mediometraje que se iba a llamar
Pendejo.
Völker S. Will caminaba delante de nosotros con su bastón hecho de una misteriosa rama que los yaquis le habían dado. Murmuraba cosas en alemán de Bremen y nosotros debíamos aflojar el paso para no atropellarlo a veces. Era el año 1999; cuatro años después me acercaría a su rostro muerto en la funeraria y retrocedería, insultado, escandalizado, entristecido por ver los centenares de minúsculos gusanillos transparentes que salían de su cabello y se paseaban por su cara. Pero esa tarde seguía vivo y nos había invitado a comer para platicar de una escenificación de
Ubu Roi que nosotros llevaríamos a cabo y que nunca hicimos.
Desde esa fase tan temprana en la historia del Club nos vimos enfrentados al primero de dos grandes problemas: la falta de apoyo institucional y el poco o nulo entusiasmo hacia un arte absurdo y sin referente.
Cuando el teatro del absurdo irrumpió en escena como anuncio de las vanguardias tenía la ventaja de ser algo nuevo y despertaba la curiosidad de los asistentes. Pero de cualquier manera no desapareció nunca la sensación de completud, la satisfacción que el ser humano experimenta al escuchar una historia con una trama consecutiva y terminante. Las historias absurdas son cómicas a veces, pero dejan el mal sabor de boca de lo incompleto, el arte absurdo comete violencia contra la noción mental de unidad y por eso es molesto. Nosotros queríamos molestar, excluir a los no iniciados y a convertir esa exclusión y esa ira en una obra de arte también. Queríamos ser la mierda de Piero Manzoni, pero sin comentario crítico, sólo con la molestia, con el escándalo y lo inusitado.
Así se hace un performance Chufa (tomemos por ejemplo el acto pospuesto “Desfile islámico 2006”):
Premisa: El 20 de noviembre de 2006 se celebrará, como todos los años, el desfile del día de la Revolución Mexicana en Hermosillo, Sonora. En el desfile participan escuelas, órganos del gobierno, soldados y asociaciones civiles.
El performance: consistirá en un acto de falsa subversión. El Club Chufa reclutará jóvenes de una preparatoria (un mínimo de 10 a 14). Ellos y un número significativo de miembros del Club Chufa desfilarán en silencio sosteniendo en sus manos pancartas, mantas y estandartes del Club Chufa. Todos vestirán de negro y llevarán bufanda. La parte medular del desfile Chufa será cuando se revele que las consignas y letreros Chufa tendrá un mensaje oculto: imágenes de Carlos Mal con turbante y letreros en árabe. Los letreros tendrán escritos versos amorosos del poeta Hafiz, pero la audiencia relacionará el elemento desfile con el elemento islámico con resultados inquietantes en sus mentes, como la idea de terrorismo, fanatismo y peligro.
1. El Club Chufa llamará a los organizadores del evento, en este caso al Instituto Sonorense del Deporte y la Juventud. Pedirá un espacio para el desfile, enviará por fax o en un
dossier un currículo falso de las actividades del Club Chufa como grupo comunitario de teatro
2. Se elaborarán las mantas, letreros e imágenes para mostrar en el desfile. Todas tendrán un dispositivo para ocultar los mensajes islámicos: la manta tendrá doble hoja; por encima dirá “El Club Chufa, desde 1998” y por debajo tendrá el verso: بشنو ز من این نکته که برخیز و بیا, que dice, más o menos, “acércame tu boca como una copa de licor”.
3. Se procederá al desfile. Los jóvenes y Chufa deberán llegar al menos una hora antes del inicio del desfile. Todos los participantes serán advertidos sobre la naturaleza del evento, así que se preferirán jóvenes con una inquietud artística o un sentido del humor bastante desarrollado.
4. Miembros del Club Chufa tomarán vídeo y fotografías del evento. De ser necesario se enviarán estas fotos lo más pronto posible a los medios de información locales y se publicarán en la Internet.
Escribo esto y me pregunto: ¿recordarán el suicidio? Después de que Liliana me llamó para decirme que me buscaban, después del borborigmo de adrenalina que me escaló los nervios en mi cama al oír eso, me puse de inmediato en contacto con el Club. Y comencé a enredar más las cosas todavía. En esos días pensé que para eso había nacido, para confundir y para mentir. Lo irónico es que siempre había deseado ser profesor de literatura, y los profesores hacen lo contrario de mentir y confundir, según se dice.
[...]
¿Qué me ha llevado a llevar una vida llena de mentiras? Luis Lope, miembro fundador que siempre ha negado su afiliación con el Club me llamó, citando a Cristo, “padre de mentira” (
Juan 8:44). Mientras escribo este texto temo que quien lo lea no crea la mitad del mismo. Cuando sea profesor de literatura en el futuro voltearé a la ventana del aula en la que dé mi clase y veré pegada al cristal la cara de Dan Sotelo, su cuello ensangrentado dejando una marca de sanguaza negra y roja en contacto con su piel abierta.
[...]
Fue 2004 el año que cambió, gracias a Dan Sotelo, las miras del Club Chufa. Descubrimos que no sólo con literatura podríamos sacudir conciencias. Entramos al mundo del
performance. Además, nuestro carácter de rémoras nos permitiría subirnos en el
easy ride de los estudios culturales, pues gracias a críticos con la mente abierta ya no seríamos un grupo de burgueses aburridos que hacían estupideces: seríamos artistas de
performance. Seríamos estudiados como un caso especial de arte restringido por un entorno hostil a la vanguardia y al escándalo. Y nosotros no haríamos nada por desmentirlo, aún cuando estamos más cerca de ser un hato de locos.
Algo decepcionante de hacer
happenings en un lugar bautizado por José Vasconcelos como “el lugar donde termina la cultura y comienza la carne asada” es la casi nula atención de la gran masa. Pero algo impresionante pasó una vez que me paseaba por las viejas aulas de la escuela de Letras de la Unison, hace apenas un año. Un grupo de mocosos estudiantes de primer semestre de Literatura me preguntaron si buscaba algo.
MOCOSO 1: ¿Busca algo, señor Pacheco?
YO (sorprendido): ¿Me conoces?
MOCOSO 1: Claro que lo conozco, señor Pacheco.
MOCOSA 2 (dándose la vuelta a verme desde su asiento): Aquí todos lo conocemos, señor Pacheco.
MOCOSO 3: Soy Club, soy Chufa...
Me sentí con ganas de salir a las escaleras de la entrada, sacar un
cutter y abrirme el cuello, de pura felicidad.
El problema principal del Club es la búsqueda de legitimidad. Muchos de los esfuerzos actuales son para dejar una memoria (muchas veces falsa) del grupo como algo más grande y más importante de lo que fue. Se preparan antologías de literatura Chufa, se publicó la entrada “Club Chufa” en la versión española e inglesa de la Wikipedia y se ha escrito este ensayo con la esperanza de entrar en el
corpus de los objetos de estudio crítico. En muchos sentidos estas líneas son también un
performance que busca darle concreción a un movimiento casi fantasma.
Pero hay otros modos de crear la verdad del Club Chufa. Hace algunos meses platicaba en línea con una estudiante de Letras de la Unison. Ella me dijo:
“Me contaron una anécdota. Que en tiempos en los cuales ustedes eran estudiantes una vez los encontraron en un salón... supuestamente... dicen las malas lenguas que los chufas escogían a una mujer, no cualquier mujer, sino una inteligente, con ciertas características... y se encerraban los tres con unas así como capuchas... junto con la fulana... y que quién sabe qué cosas hacían...”
Jueves 16 de febrero de 2006.
En este momento planeo fabricar fotos en las que se insinúen estos actos sexuales para filtrarlas en la escuela de letras. Vale recalcar que este rumor no tiene fundamento en la realidad.
Cuando editamos
Pendejo: Jackass Leve y lo presentamos en 2005 ante un público de sesenta personas decidí despedirme del Club. Muchos de los jóvenes que vieron la película se unieron al Club. Ninguno recordaba el suicidio de Loperena. Nadie nos vio manifestarnos por la muerte de Ronald Reagan. Además, personalmente, veía que mis escritos nunca se iban a publicar si mi atención estaba sólo en el Club Chufa. Meses después renuncié. Dejé en notas robustas instrucciones para el desfile del 20 de noviembre de 2006, pero no se realizó nada. Muchos son los que han dicho que el Club soy yo solamente. Que es el primogénito de mi virulento narcisismo. Y es cierto, pero yo no veo dónde está lo malo en ello. Hoy en día parece que el Club es una colección de proyectos truncos diseñados por mí solamente y seguidos por nadie. La policía (que detuvo nuestros
perfomances dos veces), la falta de interés de la gran masa y la cultura rápida de la era informática nos ha hecho inoperantes.
Me maravilla pensar que en mi vida fumaré un número de cigarrillos y sólo uno de ellos, un solo paquetito de tabaco empapelado y en llamas, un solo dedecillo de la parca, sólo uno, será el que me dé cáncer. Cada que enciendo uno me digo “¿Serás tú, cabroncito?” Habrá que hacer algo mientras llega el tiempo de la retribución: habrá que volver al Club Chufa, tal vez. Ya me he retirado antes y he vuelto.
Mientras mato el cigarro en un cenicero repleto de horas considero volver y mil ideas me crecen en la cabeza como enredaderas enloquecidas. Voy a volver al Club: Soy club y soy chufa. Cuando me vine a Arizona a estudiar invité a algunos miembros del Club Chufa a un café. Allí ordené un pan dulce. Lo partí y lo di a mis colegas diciendo: “Tomen y coman, que he de volver en tres años y el Infierno vendrá conmigo”.
Tres años han pasado y el Infierno está conmigo, pero no como yo pensaba. Será tal vez hora de sacarlo a pasear, de sacarlo a menear su cola de escamas verdes, a que mueva sus miembros como un engranaje sísmico y que barra con sus fuegos absurdos las calles sucias y empolvadas de mi pueblo natal, el que tanto odio y tanto quiero.
Seré un mentiroso en las mentes de los demás, pero diré tan bien la mentira, y tantas veces, que será la verdad, y el Club Chufa será en las mentes nostálgicas de la memoria colectiva algo que nunca fue: algo innovador y genial, un verdadero movimiento de reformación cultural, un grupo organizado y original que cambió la faz del arte en el desierto. El primer grupo de
performance en Sonora. Ya se han dado los primeros pasos. Ahora debo terminar este ensayo y esperar.
La paciencia es un oro oscuro.